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Marjabakum!

Las mil y esa noche

Las mil y esa noche “Y fue entonces cuando el dios dejó de lado sus atributos por una noche y osó fijarse en una vil mortal, extranjera. Y cruzó la orilla para deslumbrarla con su presencia, para habiéndola besado una única vez, robarle el corazón y enterrarlo entre las arenas de Egipto... para la eternidad”

La semana había sido muy dura, apenas habíamos dormido un promedio de cuatro horas diarias. Estábamos aprovechando el viaje hasta el límite, sin embargo hoy nos habíamos tomado un día de relax, navegamos por las tranquilas aguas del Nilo en un paseo bellísimo en faluca, el calor bronceaba nuestras espaldas mientras rozábamos con la punta de los dedos el verde frescor del agua.
La noche estaba cayendo y tras la cena, decidimos dar un paseo en calesa, mi acompañante de paseo esa noche, sería Ahmed. Podría intentar expresar en palabras lo que el egipcio hacía sentir en mí, pero no lo conseguiría. Tenía el porte de un dios de ébano. Su cuerpo era atlético y se dejaba intuir bajo su chaqueta deportiva y sus vaqueros. Su perfil perfecto superaba la belleza de cualquier relieve que hubiera admirado hasta entonces, su mentón de contorno divino y hoyuelo le confería un aire arrebatador. Sus ojos mismos tenían la profundidad de los pasajes coránicos, y sólo rivalizaban en belleza con su pelo azabache. No en vano su nombre significa “ digno de alabanzas”. Cuando de sus labios carnosos, que invitaban a probar la ambrosía, surgían las historias de los mitos faraónicos asemejaba un arpista que con su diestra mano hiciera vibrar todas y cada una de las fibras de mi corazón, estremeciéndome a cada palabra, en un castellano con tintes arábicos que contenía en sí toda la frescura del Nilo, y que hubiera ablandado el corazón de la mismísima Hathor.
Los coches de caballo se dirigieron en fila hacía el mercado de las especias, una mezcla de olores a azafrán, añil y carcadé inundaba la noche de Assuan, mientras el traqueteo de la calesa prorrumpía entre los cientos de tenderetes que lindaban con la carretera. Sentada en un extremo del coche dejaba mecer mis cabellos con la brisa cálida, y admiraba las luces de las tiendas y comercios, dejándome embelesar por las músicas que se escuchaban entre las callejuelas. Me sentía tan afortunada de poder disfrutar de ese momento. Bordeamos de nuevo el río y deseé una vez más que ese recorrido no terminara nunca, cuánto había deseado ver todo eso y qué rápido el tiempo me lo robaba todo. Ahmed conversaba en árabe con el cochero, y saludaba de vez en cuando a los vendedores que nos veían pasar. Nos dimos cuenta de que ambos teníamos los pies colocados del mismo modo sobre el asiento delantero y las manos cruzadas sobre el regazo. Con una sonrisa comenté que parecíamos enfadados, y fue entonces cuando pasó su brazo tras de mi y colocó su mano sobre mi hombro. Mentiría si no dijera que quedé paralizada, debió darse cuenta porque me preguntó si molestaba; por supuesto le contesté que no. Así fuimos hablando de muchas cosas; el papel de la mujer en su cultura, la concepción de los egipcios en cuanto a las occidentales, de los requisitos para ser guía allí, anécdotas que le habían acontecido con otros grupos de turistas, incluso de nuestras relaciones anteriores, o de mi admiración por contemplar 5000 años de historia conviviendo con los edificios actuales.
Pasamos por delante del “Old Cataract”, el hotel en el que se filmara “Muerte en el Nilo”; eso significaba que el paseo estaba tocando su fin. La cuesta que subía hacia el hotel era pronunciada, así que el cochero tuvo que azuzar al caballo para que, al galope, se hiciera por la rampa. Me sujeté con fuerza al respaldo del asiento y noté la mano de Ahmed firme en mi hombro, llegando a nuestro destino, el egipcio fijó sus ojos en los míos. Por un segundo creí que se paraba el tiempo, entonces me pidió permiso para darme un beso, sorprendida por la inesperada petición se me escapó una sonrisa nerviosa, y puse tímidamente mi mejilla, su beso se dejó caer cerca de la comisura de mis labios estremeciéndome por completo. Tuve que apoyar mi mano en su rodilla para no perder el equilibrio. Era imposible, pensé, que me estuviera pasando eso a mí, en ese momento, en ese lugar, con él. Pero más increíble fue cuando volvió a cruzar su mirada con la mía, y con toda la fuerza de esos ojos mágicos clavados en los mios me susurró, antes de posar su boca sobre la mía, que se refería a “ese” beso. Juro que no recuerdo el tiempo que duró, sólo sé que el cochero se volvió y nos indicó que ya habíamos llegado. Antes de saltar de la calesa y con ese acento encantador me susurró una última frase, unas palabras que me desconcertaron, y que no entendí hasta dos días más tarde en la Mezquita de Alabastro.

Pero esa frase...esa frase me la guardo para mí.

6 comentarios

Turandot -

Gracias por pasarte por aquí y perderte entre tantas letras :) como verás este espacio lo tengo un poco abandonado.
Ahora campeo por www.zonalibre.org/blog/imsomnio
Por cierto visité tu web, y es una caña... muy bonita sí señor.
En cuanto a si esos relatos eran ficticios o realidad, ése era ficticio, éste en cambio, anq parece menos real pasó como lo cuento :)
Nos leemos!

GothicMoon -

Gracias, unas palabras de apoyo siempre ayudan, gracias

Por cierto el links q has dejado con tu nombre no se abre

imma -

jooo ke románticooo!!!! kiero saber la frase que te guardas.. lo confieso soy demasiado cotilla!!! ejje carai, tú en Egipto y yo en Itália!! guaaauuu

besos

Raquel -

Datos actualizados ;)

la hora de las brujas -

K bonitooo!!!Yo tb kiero...No os volvisteís a ver? ay, como me alegro de k hayas vuelto, echaba de menos tus escritos...Un beso

silvia -

uff...