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Marjabakum!

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Claro de luna

Claro de luna Ya era casi la hora citada, las calles de la ciudad estaban colapsadas. No importaba, al fin y al cabo pensé, no pasa nada si una dama se hace un poco de rogar.
El nerviosismo no era tanto por la hora, si no, por no saber qué encontraría a mi llegada. Todo tan misterioso... Llegué frente a la entrada del hotel, quedé impresionada al verlo. Me atreví a entrar en el lobby y quedé admirada frente a tanto lujo. Me dirigí a los ascensores temblando. Piso 19...
Las paredes de mármol travertino y las alfombras damasquinadas daban una suave calidez al ambiente... frente a la puerta, lo acordado; una suave venda de terciopelo. La respiración se aceleraba mientras ceñía la cinta a mi cabeza, pero ahí estaba, temblorosa y nerviosa por la cita. Golpeé la puerta con toda la firmeza de la que disponía en ese instante, y a los segundos noté como se abría... el pasillo del hotel quedó invadido de una candidez absoluta mientras las notas beethovenianas del Claro de Luna se esparcían por el sublime enmoquetado, se prendían en la seda de mi vestido y se enredaban en mi pelo. Entonces su mano cálida tomó mi muñeca y me guió hasta un sillón, deslizó el abrigo por mis hombros. Oí chisporrotear la chimenea.
Nunca antes me había sentido tan vulnerable y a la vez tan excitada. Agarró mi mano y colocó una copa helada, el champán estaba ciertamente delicioso. Entonces noté su respiración en mi nuca, y un escalofrío sacudió mi cuerpo. La venda cayó lentamente de mis ojos, y de no ser porque estaba sentada hubiera creído desmayarme al notar sus dedos rozando mis brazos desde la muñeca hasta mi nuca. – ¿Estás cómoda?
La mesa estaba excepcionalmente dispuesta, con un gusto exquisito. Las llamas de la chimenea bailaban en los filos de oro de las copas, y resaltaban los finos bordados de la tapicería. Al fin identifiqué el suave aroma de las damas de noche, mi flor preferida, no pude dejar de esbozar una sonrisa. Él estaba radiante, quizá un poco nervioso, eso le confería un aire si cabe más encantador de lo habitual, aunque se le veía desenvuelto, así sirvió la cena.
Nada había sido dejado al azar, ni la mismísima Hebe hubiera servido mejor a los dioses, y así nos embriagamos con las más exquisitas carnes y las salsas de queso más deliciosas, regadas con el mejor de los vinos... – ¿Cómo sería tu cita perfecta? – me preguntó en cierta ocasión; - No existe la cita perfecta, sino la compañía perfecta.- acerté a decir entre risas... Esta noche conjugaba ambas cosas, un ambiente delicioso y una compañía excepcional... la amenidad de la conversación jugaba a nuestro favor y entre risas y miradas furtivas, discutimos de todo y de nada hasta llegar a los postres. Un impecable bouquet de repostería nos aguardaba. Entonces supe que estaba perdida. Nada más lujurioso que el chocolate para elevar los deseos del alma... desconozco si a esas alturas de la velada me había perdido entre las notas azucaradas de los bombones, o en la espesura de sus ojos... sólo sé que acerté a oír mi tema favorito en el hilo musical. - Perfecto- pensé, bebí un último trago de la copa, dejé mi servilleta en la mesa y me levanté. Tendí mi mano y por respuesta la suya se posó sobre la mía.
Solos, él y yo, en esa habitación, un mundo, el nuestro.
Coloqué mis brazos alrededor de su cuello y él hizo lo propio con las suyas entornando mi cintura, aspiré el perfume de su pelo... ya inolvidable para mí y nos dejamos llevar... No sé en que momento pasó, ni si la música había dejado de sonar, sólo sé que en un punto estábamos demasiado cerca y ninguno de los dos pensaba retroceder, así fue cuando me fundí al calor de sus labios. Un suave roce tan sumamente tierno y cálido que nos estremeció a ambos, pero como suele pasar, una vez probada la ambrosía, ya no deseas dejarla... así que fue el inicio de una tormenta de caricias, abrazos, besos y suspiros sólo apagados por el repiqueteo de la lluvia en los ventanales abiertos a las luces de la ciudad, nunca la luna vio a dos amantes amarse de tal modo...
Le descubrí observándome mientras me hacía la dormida, sentado sobre las sábanas revueltas. Me incorporé, desperecé y abracé por la espalda colocando mis manos en su pecho. – Cómo ha dormido mi ángel? ,Yo - le susurré mientras besaba su cuello, - en el cielo.

4 horas y un océano

4 horas y un océano Cuando las caricias de tus letras traspasan los límites de lo físico, y tus canciones escogidas hacen temblar a un alma atormentada. Cuando tu sonrisa salpica mis mañanas y tu pasión adorna mi cama, cuando la poesía emana de tus labios y se posa en cada uno de mis sentidos. Cuando enciendes una estrella al intuir que estoy perdida. Cuando escucho al perfecto bandido pienso en eso... 4 horas y un océano.

Perdóname por llegar tarde. Feliz San Valentín.

- Galia -

Amanecer

Amanecer Mis ojos empezaron a humedecerse, les costó definir la sombra que se erguía frente a ellos. Pero le hubieran reconocido allí dónde le vieran. Todas las dudas, todo el vacío, toda la tristeza que me había embargado hasta la hora se ahogó al tenerle a mi lado. La expresión de su rostro marcaba un punto de preocupación. Imaginé que por su mente, en mis horas de ausencia, habría pasado la idea de que escapaba de su lado. Ni un solo reproche. Me abrazó con tal intensidad que deseé que ese abrazo no terminara nunca, besó mi pelo; me apartó unos centímetros para poder mirarme a los ojos llorosos, y con la sonrisa más bella que haya visto jamás me susurró...- Te he echado de menos, tonta. No pude reprimirme y rompí otra vez en lágrimas. Me sentía tan afortunada de tenerle, y sí, puede que no le mereciera pero este ángel solo pasaría una vez por mi vida, y no deseaba dejarlo escapar.
- Ven- me dijo en tono tranquilizador- acompáñame. Nos acercamos a su coche y sacó del maletero una manta de franela, una vez me acomodé en el asiento, cubrió mis rodillas con ella, le miré con ojos inquisitivos, pero por toda respuesta esbozó otra de sus sonrisas. – Ya lo verás.
Desconozco cuánto recorrimos, porque me quedé dormida en el trayecto.
Desperté en cuanto paramos, estaba desconcertada.
Se apeó del coche y abrió mi puerta. Rozó con su mano mi mejilla y me ayudó a salir.
Entonces lo entendí todo. Nos quedamos de pie, envueltos en la manta, dejando que los tonos ocres sustituyeran las sombras e invadieran todo el espacio, bañando nuestras siluetas, perdiendo la vista en el horizonte. Nunca tanta hermosura brilló con semejante fulgor, nunca antes, nadie, me había brindado... un amanecer.